viernes, 16 de marzo de 2018

Una mañana como ninguna

Tempranito en la mañana para comenzar un viernes 16 de marzo. Llego a las 8:40 sin intenciones de dirigirme al gimnasio y presenciar un "Buenos Días", donde los temas no siempre distan de muchas diferencias, además, no creo que necesite un buenos días para tener un buen día (en lo personal suelo rezar hacia mis adentros). Me desvío entre los pasillos hasta llegar al baño, una profunda sensación de asco penetra entre mi olfato y es que, como es de costumbre, cuando vas a orinar te das cuenta que otro no ha tirado la cadena, mas finalmente terminas por hacerlo tú mismo y te lamentas por quienes deben después limpiarlo (amén por eso).


Esperando hasta que baje una cantidad considerable de gente, de costumbre tomo la escalera que da directo a Biblioteca (donde suben los weones) y recorro el pasillo hasta al final, mientras las nuevas cámaras de seguridad me miraban como buitres, sintiendo una extraña sensación de culpabilidad y arrepentimiento de que Dios (quizás) o nuestro patrono San José (tal vez) me estuvieran mirando en ese preciso instante donde la rebeldía tomaba poseción de mi cuerpo y mente, la cual, lo más probable, ya era parte de mi temperamento.

Ascendiendo cada peldaño con más sigilo que el anterior, asomo la mitad de mi ojo izquierdo por el borde de la fría pared que me ha acompañado desde que entré a educación media y me saqué mi primer "7" (en electivo de arte). A simple vista no habría de qué preocuparse, pero al adentrarme un poco más a la arquitectura del pasadiso me doy cunta que no estaba del todo solo. Ahí estaba EL inspector, abriendo y cerrando las puertas desde 4to A y B, avanzando a paso seguro y haciendo sonar comentarios de decepción, y a la vez asumiendo derrota, de alumnos medio dormidos saliendo lentamente de sus salas con su libreta en mano que seguramente terminarían en Inspectoría.

Ni siquiera un loco podría soportar tal espectáculo, pobres y valientes guerreros. Bajé las escaleras con prisa y no tuve más remedio que ir a hacia las paralelas, pero cuando ya iba a mitad de camino el acto de "Buenos Días" ya había concluido, estampidas de voces se escuchaban desde el piso de abajo y me daba cuenta que ya no había de qué correr.

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